JORDI DE GISPERT HERNÁNDEZ
Ducharnos es algo que hacemos sin reflexionar más allá de la imagen que el mercado de la higiene nos ha infundido. El cuerpo mismo ha pasado a ser un objeto de consumo de la vida privada, dentro del espectáculo del confort. El ideal de lo bello, joven y limpio en la ducha es un producto construido recientemente para alimentar nuestro imaginario. La deriva que ha seguido la aparición de la ducha en occidente, hasta llegar a formar parte de la cotidianidad, es más interesante que la de un simple aparato sanitario relegado a una esquina del cuarto de baño. Realizando un sondeo en sus distintas épocas, es posible detectar momentos en que, pese a ser un espacio hidroterapéutico elitista, la ducha inspiraba gran temor. En otro momento, la ducha se veía como un instrumento extravagante, incluso cómico. Y, en su proceso de domesticación, pasó a ser un mecanismo de control de aquella parte de la sociedad considerada anormal: los huérfanos, los alienados, los presos, los obreros... en definitiva, los otros. Los conductos por los que circulan los flujos que recibimos, así como las conductas que nos hacen seguir, permi